26 de febrero de 2012

FRITZ: UN CUENTO POR ENTREGAS (XXXIV)- LAS DOS MUERTES DE FEDERICO ALEMÁN


Marca el reloj las nueve menos cinco de la mañana. En torno a la mesa de la sala de reuniones de la comisaría, el Capitán González, el abogado de la Policía, el de la Señora Mann y Alfons esperan la llegada del Teniente Grisón con el informe de los restos hallados en la limusina del accidente del P.K. 42,500. En cada uno de ellos la impaciencia se muestra de un modo: el Capitán González juega con su reloj, como si de repente fuera un objeto extraño para su muñeca; el abogado de la Policía, mira y remira la carpeta que ha sacado de su cartera; el abogado de la Señora Mann, por su parte, mira cabizbajo la estancia y se muerde el labio superior; y Alfons, Alfons simplemente está allí sentado, abstraído en el recuerdo de los lejanos años de infancia, cuando conoció a Laura Dell’Oro, su cliente y amiga.

A las nueve en punto, el Teniente Grisón abre la puerta de la sala y entra; lo hace sin prisa, tomándose su tiempo. Reparte sendas carpetas a los allí presentes: esos son los resultados de los restos hallados en el trigal. Lo que pueden leer al abrir aquellas carpetas, les saca de golpe de la impaciencia y les arrastra inexorablemente a un estado de cosas que quizás ninguno había imaginado: los restos de sangre hallados en la limusina, y que con seguridad puede afirmarse que pertenecen sobre todo a la víctima del caso, obligan a plantearse que bien lo que creían un asesinato no lo fue o bien Federico Alemán murió por segunda vez en aquella limusina.
En todos la incomprensión se mezcla con el asombro. Pero el Teniente Grisón les explica lo que para un científico como él dicen los datos: la cantidad de sangre hallada en ambos escenarios sólo es explicable si en uno de los dos hubo un aporte extraordinario de material sanguíneo.



-Y eso quiere decir exactamente…
-Eso, Capitán González, quiere decir, ni más ni menos, que hemos de suponer que alguien, quizás el mismo Federico Dell’Oro, contaba con reservas sanguíneas para usarlas cuando fuera oportuno. Ni más ni menos que como haría un atleta.

El abogado de la Policía no dice nada, aunque en su rostro se nota que nada de lo que parece anunciar ese informe forense le agrada. El abogado de la Señora Mann, por su parte, no duda en sugerir que eso exculpa a su cliente. Y Alfons, que no puede esconder la contrariedad que le causa lo dicho por el jefe del Departamenteo Forense, no piensa en el caso, sino en cómo trasladarle a Laura los nuevos datos.



-Si miran la segunda página -apunta el Teniente Grisón-, podrán ver que de las muestras de ADN recogidas en este segundo escenario, la mayoría eran sencillamente inservibles, por su estado de degradación. Sin embargo, las pocas muestras analizables, nos han permitido identificar ADN de sólo dos indivíduos: uno, Federico Alemán, en trazas encontradas en el asiento del conductor, el trasero y en algunos restos plásticos hallados en el maletero de la limusina; el otro, Laura, su mujer, en el asiento trasero, como era de esperar, si nos atenemos a lo declarado por ella bajo hipnosis.

-¿Y la Señora Mann, la conductora de la limusina?, pregunta inmediatamente Alfons.

-Sólo tenemos dos ADNs distintos y pertencen, sin lugar a duda, al matrimonioAlemán-Dell’Oro. Nada nos permite afirmar, con los datos científicos de que disponemos, que en esa limusina haya habido ningún otro individuo, estemos pensando en la Señora Mann o en cualquier otra persona. Pero que no podamos afirmarlo, no equivale a que podamos negarlo sin más.

2 comentarios:

  1. Describes bien las novelas de policía, un amigo mío ganaba dinero con este menester. En estos relatos todo es tan preciso y riguroso que al leer nos ponemos serios.
    Un saludo cordial.
    Goriot.

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    1. Gracias, Goriot. Eso me basta para no dejar este cuento sin terminar, que mi tiempo me está llevando.

      Un saludo.

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