Hace algunos días que no hablan en persona, sólo unos pocos minutos a través del teléfono. Pero esta mañana de domingo Alfons se ha acercado hasta la prisión; tiene la sensación de que en los últimos tiempos ha abandonado un poco a su cliente y, sobre todo, a su amiga. Se saludan, hablan de todo un poco, quizás poniéndose al día; es una charla de amigos, sin más. Pero Alfons no está allí por eso, sino para comentar con Laura las últimas noticias en torno a la investigación.
-¿Está bien el viejo loro?
-¿De verdad eres tú, Laura, quién pregunta eso? No te reconozco.
-Entonces, ¿está bien?
-Sí, lo está. Al final ese viejo loro nos va a caer bien a todos.
Y los dos se ríen oyendo esas últimas palabras de Alfons. Sin embargo, no habrá más risas en la conversación.
-¿Sabes, Laura, que gracias a un lamentable accidente de tráfico la Policía cree haber hallado la limusina en la que fuisteis a celebrar vuestro aniversario?
-¿La limusina? -pregunta Laura sin poder disimular su sorpresa.- ¿Es eso posible?
-Si no lo es, parece serlo. Cierto, que el equipo forense aún está tratando de dilucidar si los restos de esa limusina corresponden al vehículo de aquella noche.
-¿Y han encontrado algo? ¿Federico…?
-No, no. No han encontrado restos humanos, al menos por el momento. Eso es bueno.
-Sí -responde Laura con un laconismo que recuerda los primeros momentos tras su detención-, supongo que sí.
-Lo dices como si no estuvieras segura de ello.
Y quizás no lo esté, quizás por primera vez en todos estos meses, le falten fuerzas o ganas para seguir manteniendo una esperanza -la de que su marido sigue vivo- que cada vez se le hace más difícil de entender, incluso desde el corazón.
-Perdona -suena el móvil de Alfons-. ¿Sí?… ¿Pero ese es ya el informe final o estamos hablando de análisis preliminares?… Entiendo… Sí, por supuesto: allí estaré.
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