Amanece la aurora de tus pechos
y me llamas, me llamas...
Que no me quede al sol
de tu vientre;
de tu vientre;
que no me amanse
en los meandros palpitantes
de tus caderas;
que me pierda, rendido a ti,
en la frondosa muerte
con que el deseo escarcha
la ardiente rosa.
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