31 de mayo de 2011

FRITZ: UN CUENTO POR ENTREGAS (XXXI)- FRITZ


En segundo plano ha parecido quedar, tras los últimos acontecimientos, aun no del todo relacionados con el caso de un modo oficial, lo que parecía la idea más disparatada que nunca hubieran tenido el Capitán González y el Teniente Grisón. Pero en la agenda de todo el equipo está marcado este día y esta hora como aquella que el juez del caso determinó para el careo entre las dos mujeres detenidas por el Caso Del’Oro y el loro Fritz, ese testigo presencial de cuanto allí ocurrió y cuya participación en el careo el juez, que ya dio muestras de su peculiar modo de considerar lo que puede o no puede ayudar al esclarecimiento de un caso, ha considerado no sólo procedente, sino una gran idea del equipo policial.

Ni Laura Del’Oro ni Heike Mann saben, cuando la Policia las traslada hasta el apartamento del matrimonio Alemán-Del’Oro que allí les espera, en su jaula, el viejo loro Fritz, a quien el propio Capitán González se ha encargado de trasladar unas horas antes, quién sabe si esperando que el entorno, la familiaridad del lugar y la nostalgia de lo en otro tiempo conocido, llevaran a aquel pájaro, en palabras del propio Capitán, “a reflexionar”.

Pero no, aún no subirán las mujeres al apartamento. Como si de una reconstrucción se tratara, el juez, con ayuda de los testimonios que constan en el archivo del caso, indica a la Señora Alemán, que imagine estar en la limusina, en el momento en que llegan hasta el portal del edificio, y que trate de repetir lo que aquella noche hizo del modo más exacto posible.




-¡Quita de ahí esa mano, zorra!

Aquel grito de la Señora Alemán coge a todos por sorpresa, incluso al juez y el propio equipo policial, a pesar de que en sus manos tienen todos los documentos para saber que eso es precisamente lo que Laura le gritó a la conductora de la limusina -en este punto de la investigación parece bastante probable que la Señora Heike Mann- cuando esta lleva al Señor Alemán hasta el portal. Prosigue mascullando las mismas frases que dijo bajo hipnosis, palabra por palabra. Y de repente, ¡zas! Se ha quitado los zapatos y se los ha lanzado a la Señora Mann, que permanecía inmutable junto al portal del edificio. Sin embargo, si nada había dicho antes, si nada parecía salir de su mutismo y de su pasotismo de lo que allí se estaba reconstruyendo, ahora no puede evitar reírse, reírse a carcajada limpia. Y a nadie se le escapa que eso es precisamente lo que, bajo hipnosis, dijo la Señora Alemán que hizo aquella mujer que iba hacia ella, que abrió la puerta del coche y la ayudó, como hizo con su marido, a llegar hasta el apartamento.
Nada queda ya por hacer en la calle, y si el juez pretendía que aquello pudiera ser como una reconstrucción de los hechos, ya no tiene duda ninguna de que es imposible, dada la nula colaboración de la Señora Mann.




-Hallo, Liebchen. Hallo, Schätzchen.

Tantos meses esperando y tratando en vano que aquel loro dijera algo, y ha bastado sólo con que Laura llegara al apartamento, para que lo que parecía ya imposible, sucediera. El viejo Fritz ha vuelto a hablar, y como todo lo oído hasta el momento, lo que dice corresponde con lo declarado por Laura al Doctor Köpfchen.

Pero esta vez nada le responde la otra mujer, aunque si alguien se hubiera fijado en ello, hubiera notado cómo en sus ojos se dibujaba una sombra y cómo cada músculo de su cuerpo se tensaba un poco más, como si en la rigidez estuviera la certeza de poder controlar la situación.
Todos se miran, casi encogiéndose de brazos, preguntándose si aquí se acaba este careo que no ha sido tal; si esta primera vez en la que lo narrado por Laura y lo que sucede no coinciden, supone que es imposible llegar a más.




-¡Sie ist ‘ne Möd’rin! Sie ist ‘ne Mördr’in!

¿Pero qué sucede? ¿Cómo ha escapado Fritz de su jaula? ¿Y por qué está atacando de esa manera cruel y despiadada a una mujer a la que nadie creía ya que hubiera visto nunca? ¿Y por qué está atacando a Heike Mann, si se supone que la propia Laura Del’Oro afirmó que fue esta quien hizo decir al loro tales palabras de ella?

Nadie trata de desenredar las patitas del viejo loro del pelo de la Señora Mann. Sólo ella, aterrada, histérica, llena de una rabia y un odio sin límites hacia aquel testigo molesto, logra agarrarlo de un ala y de su pequeño pescuezo verde y…




-¡Álvarez! ¿Se ha vuelto Usted loco?
                         
-Lo siento, Capitán; o disparaba mi “taser” o ese loro iba a perder las plumas y algo más. Y, perdone Usted, Capitán, pero es que le he ido cogiendo cariño a ese pajarraco.

2 comentarios:

  1. Buenísimo.
    Un beso

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  2. Breve, conciso, directo, diciendo tanto con tan poco... ¡y encima halagador! Fantástico, tu comentario, Keli. Muchas gracias.

    Un beso.

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