15 de abril de 2011

FRITZ: UN CUENTO POR ENTREGAS (XXIX)- P.K. 42,500

Apenas hace dos horas que han comenzado el viaje, camino de la playa, huyendo del repentino calor que amenazaba con convertir la ciudad en una olla podrida de contaminación, asfalto derretido y malas pulgas. Una estampa típica, el matrimonio, los hijos, las retenciones que parecen no dejar nunca paso al viaje. Pero las retenciones ya han quedado atrás y por delante sólo hay autopista y tres horas -algunos minutos más si se respetan las nuevas restricciones de velocidad- hasta la playa. Pasan sólo unos minutos de las diez de la mañana cuando uno de los niños grita: “¡Mira!”, Y el otro niño añade: “¡Jopé!” Y el padre, quién sabe por qué, aparta un momento la vista de la carretera, quizás porque no hay ningún coche delante.

Cuando llegan, los servicios de emergencia no pueden evitar pensar que la violencia de los daños -que casi hace irreconocible el coche donde unos minutos antes una familia normal huía hacia la playa-, no se corresponde con la gravedad del accidente. Durante horas los bomberos trabajarán para extraer de entre el amasijo metálico y calcinado del vehículo los cuerpos sin vida de sus cuatro ocupantes. El jefe de la patrulla de bomberos afirmará ante la prensa que “sólo una colisión frontal puede haber provocado los daños que hemos encontrado en este accidente, aunque, extrañamente, las huellas de frenada parecen indicar que, si efectivamente se produjo una colisión, esta no ocurrió sino fuera de la carretera.”

El Capitán González, que regresa de una de sus visitas -algo que, sin ser habitual, ya no es tan extraño- a la Señora Del’Oro, en una carambola del destino, es quien avisa al 112 de un accidente en el P.K. 42,500. Pero nada puede hacer, a pesar de sus intentos, una vez que el coche comienza a arder. Y sin embargo, no se mueve de aquel escenario dantesco. No lo ha hecho aún cuando el jefe de bomberos hace su pequeña declaración a la prensa y sólo lo hará una vez que el juez haya procedido al levantamiento de los cadáveres. Desde su coche seguirá al furgón forense, como si de algún modo que él mismo no entiende, sintiera la necesidad moral de velar a aquella familia. Y allí, en el Instituto Anatómico Forense no se puede resistir a pensar que la vida es algo que sucede al margen de uno mismo.

Al filo de la medianoche regresa a casa, camina cabizbajo hasta el portal y por unos segundos, quizás minutos, allí queda la llave, en la cerradura, esperando un simple giro que abra la puerta. Pero ese giro no llega. Da media vuelta, vuelve al coche, y conduce entre las sombras, abandona la ciudad, aparca su coche en el arcén, justo donde unas horas antes lo hiciera para dar parte de un accidente. Contempla la carretera, una autopista, ancha, bien asfaltada, recta; y más allá un pequeño talud, apenas de medio metro, que se continúa por los campos de trigo hasta los cerros que a los lejos dibujan el horizonte. Por todos lados quedan restos de lo ocurrido: goma en el asfalto, restos fitosanitarios, y un insoportable olor a quemado emanando del vacío que los restos retirados del vehículo han dejado en aquel campo tranquilo. Y cuanto más mira aquel entorno, cuanto más le busca explicación en su cabeza a lo que él vio allí, más se convence de que algo no encaja. Y está tentado de coger el móvil y llamar al teniente de la Guardia Civil encargado de investigar el accidente; pero a pesar de la amistad, decide que esa llamada puede esperar unas horas.

Y vuelve al coche, y conduce hasta su despacho, no merece la pena ya ir a casa para dormir dos horas; además, tampoco es la primera vez que duerme en el despacho y el viejo sillón ya casi ha adoptado la exacta forma de su cuerpo.


-Buenas madrugadas, Capitán González. ¿Tan pronto por aquí?

-Buenas noches, Gutiérrez. Tan pronto, no; tan tarde, que mi día aún no ha terminado.

Y apenas se sienta en su sillón y cierra los ojos y el sueño se dedica a contarle cuentos, ve una y otra vez un coche que avanza por una carretera, hasta estrellarse con una roca. Pero eso no es un sueño, son sólo fotogramas de un viejo programa de televisión.


-Capitán. ¡Capitán!

-Álvarez, no grite Usted, que no estoy sordo. ¿Qué hora es?

-Las ocho de la mañana, Capitán. No creerá Usted de que estaría yo aquí si fuera más temprano.

-Sí, bueno, ¿qué quiere?

-Únicamente decirle que de la revisión de las declaraciones y testimonios del caso Del’Oro no hemos deducido ni hemos llegado a nada nuevo. Seguimos sin tener un solo testigo que haya visto la limusina. ¿Sabe? Si no fuera porque yo mismo no me lo creo, diría que no existe ninguna limusina.

-No son buenas noticias, Álvarez, no son buenas noticias. Puede retirarse.

El brusco despertar le hace ser consciente del sueño, que no era un sueño, que estaba teniendo. No le da mayor importancia; lo supone una inercia normal y hasta lógica de lo vivido el día anterior.

En el pequeño lavabo del despacho se afeita y va poco a poco adquiriendo la presencia que se le exige a un capitán de policía. Y ante el espejo descubre que el lavado de cara no le quitado, en absoluto, las ojeras, ni las arrugas que el caso de la desaparición de Federico Alemán ha ido marcando a arado por toda su frente. Y con esa lucidez que da al hombre el agua fría en el rostro por la mañana, se dice, solemne y declamante: “¡Qué viejo le vuelve a uno el no saber!”

4 comentarios:

  1. Me gusta FRITZ.
    Espero impaciente próximas entregas.
    Un beso
    Keli

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  2. Me tenéis algo desconcertada. La publicación de comentarios en tu blog, el de Saudades y Aliana es totalmente distinto y el más fácil para los lectores es el de ella.
    El día que formalice blog por aquí veré dónde está el porqué jeje
    Besos
    Keli

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  3. Gracias, Keli, por tus palabras sobre este cuento por entregas; pero modera tu impaciencia, que si algo exige este cuento y el modo en que se escribe es paciencia, jejeje, mucha paciencia.

    Un beso

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  4. Sí, hay un montón de posibilidades de configurar los comentarios. Y hasta que he leído el tuyo, pensaba que este que empleo yo era el más manejable. Pero si tu dices que no... no voy a decir yo que sí.

    Besos.

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